sábado, 7 de julio de 2012

LA HISTORIA-SUEÑO DE MI VIDA

Hace muchos años, antes de que mi mamá y mi papá se conocieran, un señor que los conocía a los dos, se soñó conmigo. Sí, yo sé que suena loco, pero así fue. Bueno, yo solo supe que ese señor se soñó conmigo. No me pidan que les cuente el sueño. No sé qué fue lo que vio. No tengo ni idea. Y aún hoy después de tantos años, por más que intento, no logró entender que pudo pasar en ese sueño. Pero eso le cambió la vida. Supongo lo que están pensando. Que no hay nada especial en mí. Yo pensaba parecido. Pero, para que alguien se soñara conmigo antes de que mis papás se conocieran, algo inusual debía estar pasando. ¿No creen?

Como digo, aquel sueño le cambió la vida. ¡Y de qué forma! Desde ese mismo día se dedicó a imaginarme. ¿Pueden creer? Antes que mis padres siquiera me tuvieran en sus planes (si es que me planearon), hizo todo lo necesario para que yo naciera. ¿Saben algo? Él me dibujó con sus dedos en hojas de papel; Planeó tardes de parque con pajaritos, dulces, y todas esas cosas que a uno de niño le gustan tanto y lo llenan de recuerdos; Previó en su mente todas las posibilidades de mi vida. Que mis papás no se gustaran al comienzo, que llegaran otros hijos antes que yo, que alguno de los dos muriera y me quedara huérfano, etc. Todo lo pensó.

Ustedes se pueden reír, pero él incluso previó que me gustara el fútbol, aunque nunca llegara a ser un buen jugador. Él sabía que al igual que cualquier otro ser humano yo tendría defectos y virtudes. Lo interesante es que él sólo pensó en virtudes, características y dones especiales. Claro que yo tengo muchos defectos ¡ni más faltaba! pero es que ese señor tenía mucha fe en mí, no se por qué. Ahora, la verdad es que las cosas malas de mí, yo creo que no vinieron de fábrica. Esas me las puso la vida, o yo, o los demás. Pero él no pensó en eso. Definitivamente solo tenía pensamientos de bien para mí.

Bueno, este señor hizo tan bien todas las cosas, que logró que mis papás se unieran en ese segundo indescriptible que precede a la existencia, y aunaran sus raíces a mi causa, para que luego de un tiempo naciera yo. Y nací de los padres que ese señor conocía y que él vio en su sueño. ¿No les parece increíble? Él tuvo un sueño, y movió cielo y tierra para cumplirlo, hasta que lo hizo realidad. A mí la historia me la contaron años después, cuando ya podía entender ciertas cosas, pero no me la contaron completa. A los niños, siempre les esconden algo. No se lo cuentan todo.

Al comienzo, claro, era el sueño-realidad de un hombre que yo no conocía. Pero, ustedes saben que la vida a veces no es tan dulce, y la infancia, incluso, tiene sus páginas oscuras. Todos tenemos recuerdos que nos duelen. Esa persona que nos dañó, que atropelló nuestra inocencia, ese amigo que nos hirió con sus bromas pesadas, y rompió para siempre nuestra confianza en nosotros mismos, ese mal amigo que echó a perder el corazón de niño. Siempre es igual. Alguien abre el camino de la amargura o la deshonra, y nuestro corazón huye al destierro y a la soledad. Alguien abre una puerta, y detrás de ella la oscuridad.

Yo dejé de ser el sueño que era antes. Antes de la violencia, del abandono, de la vergüenza, y de la soledad. Pero antes de ese antes, hubo un sueño. Y el hombre del sueño se enteró de lo que había pasado conmigo. Él supo que de niño alguien sembró una mala semilla en mí. Que desde entonces salieron a flote todos mis defectos y pecados. Que yo ahora era un hombre sin esperanza y sin destino, lleno de egoísmo, amargura, resentimiento y desespero. Y lloró. Cuando se enteró que mi vida era un desastre, cuando vio hasta dónde había caído y lo lejos que estaba de ser la persona que el soñó, lloró por mí. Con auténtico dolor, como por hijo fallecido. ¿Qué fue lo que vio en ese sueño? Me vuelvo a preguntar. Y otra vez tengo que reconocer que no entiendo. Pero ese sueño tuvo que ser algo, porque el hombre de rodillas deseó con todo su corazón cambiar mi vida y volverla su sueño. Así como lo oyen: cambiar mi vida y volverla su sueño. Ese era su empeño y, me dijeron, además, que me andaba buscando.

Cuando yo me enteré de eso, cuando alguien de buen corazón me contó la historia como ahora se las estoy contando a ustedes, decidí conocerlo. En realidad, yo no estaba pensando en darle las gracias por ese dudoso favor de volverme su sueño, ni en retribuir en algo el estar vivo gracias a sus intervenciones. No. Yo iba dispuesto a poner al hombre en situación. Que se dejara de sueños bonitos e historias de fantasía. Yo ya ni siquiera recordaba si mi vida alguna vez había sido el sueño de alguien, porque todo en mí tenía color de pesadillas. Él tenía que entender que los sueños están hechos de un material que no nos cabe en las manos, y que por muy bueno que fuera el suyo, se le había caído, y ya no era ni siquiera pedazos de sueño.

Y lo busqué. El hombre, muy decente, muy señor, cuando fui a buscarlo me atendió, me dejó hablar. Y yo me iba a despachar con él y a acabar de una mala vez con ese cuentito de su sueño, pero no pude. Mientras lo miraba fijamente a los ojos, no sé que vi, no se cómo explicarlo, pero yo estaba en esos ojos. Cuando él me vio, me vi a mi mismo de niño, llorando. Me vi mirándome en cada desilusión de mi vida. Él me miraba y era yo mismo mirándome a la orilla de la desesperanza y el dolor. Entonces, recordé las penas de mi vida, una por una, pero de una forma diferente. Era como volver a vivir los dolores, sabiendo que alguien más los sufría por mí. Es que no es fácil de explicar, pero supe que él estuvo, de algún modo, cuando de niño me lastimaron, que sufrió todos mis dolores, que padeció todas mis enfermedades, que grito conmigo mi desespero, mientras se abrazaba a mí con fuerza.

Ese fue el primer día de mi vida. De mi verdadera vida. Estuvimos un largo rato hablando. El me mostró el precio de cambiar mi vida por su sueño. Se los voy a decir de esta forma: Él se encargó de que yo naciera, y luego tomó la firme determinación de rescatarme. Es como si un fabricante de muñecos hace uno con el que soñó, su obra maestra, su creación consentida, y alguien se lo roba. Entonces sale por todos los caminos y recorre las plazas y mercados buscando la niña de sus ojos, por si quizás alguien la ha puesto en venta.

El me enseñó a soñar. Supe por él, que hay sueños que valen la pena, y hay otros que valen la vida. Él me hizo sentir, por primera vez, la persona más importante del universo, y me hizo entender el auténtico sentido de la palabra amor, que dicho sea de paso, tiene muy poco que ver con lo que la mayoría piensa. El amor -él me enseñó- está hecho de la misma sustancia que los sueños: se te cae de las manos si no lo compartes con otros. Cuanto más te empeñes en alcanzar un sueño, tanto más lo vas a amar. Cuanto más te cuesten, más valor tendrán para ti. El amor y los sueños que se cumplen, son hechura de la voluntad inquebrantable del que ama. Yo soy su sueño, y vaya que tuvo que ser especial ese sueño, si le costó su vida.

Sí, el pagó un alto precio por cambiar mi vida y hacerla su sueño. Me mostró ese precio en los huecos que tenían sus manos y sus pies. Me mostró las cicatrices que dejaron en sus sienes una corona de espinas. Pude ver las huellas de una llaga en sus espaldas y lo que quedaba en su costado atravesado. Me contó cuando sus lágrimas de agonía como gotas de sangre cayeron a la espera de que el precio de su sueño mío, pudiera ser condonado, al fin y al cabo yo era su sueño desde antes. Pero no pudo ser así, me contó. Me dijo que era necesario pagar ese precio para que este sueño que ustedes ven hoy aquí, frente a ustedes, se cumpliera.

Y todas las mañanas, desde entonces, lo primero que hago al despertarme es buscarlo a Él entre los restos de los sueños míos. Todos los días le hablo al mundo del amor con que Él formó mi vida desde chico. Todos los días, con el mismo anhelo con que un niño se dispone a jugar su juego preferido, con la misma ansiedad con la que un siervo brama en el desierto buscando una fuente de agua viva que le apacigüe su sed insoportable, así busco su estrella en las mañanas en medio de ese cielo nuevo que me regaló. Y miro en mi espíritu su sello. La marca que puso sobre mí como testimonio indubitable de lo mucho que apreció mi vida, su sueño. De rodillas, todos los días elevó al cielo mi voz y cantando le digo: Te Quiero. Y todos los días le pido que me deje verme a mi mismo con sus ojos, que me cuente su sueño. A ver si alguna vez entiendo.

viernes, 6 de julio de 2012

JUAN ERES TÚ?



En un lugar hoy conocido como Umm Qais, asentado a orillas de un gran lago, vivió un hombre, que para efectos de este relato voy a llamar Juan. Era ese tipo de persona a la que todos señalan desde lejos, hablan a su espalda y nadie quiere como amigo. Un individuo atormentado, preso de oscuras fuerzas dentro suyo que lo hacían indeseable, odiado y temido. Su apariencia era tenebrosa, impúdica, desagradable e incómoda. Alguien sin futuro, a quien la gente de su tiempo despreciaba, y por quien ni su familia daba un peso.
Un buen día, desde la otra orilla del lago, en una pequeña embarcación, un grupito de personas apareció. El más importante entre ellos era un hombre que recorría pueblos y ciudades ocupado en los negocios de su padre y ayudando a muchos que le buscaban. Mientras aún estaban descendiendo, Juan vino corriendo a inspeccionar. Había observado desde el cementerio del lugar, entre tumbas, lápidas y huesos, que eran su entorno habitual, el barquito que se acercaba.
Con una hostilidad no disimulada, Juan increpa al desconocido hombre de negocios: “¿Qué quieres Hijo de Tu Padre?, no es tiempo de que vengas a molestar”. Y el forastero, entonces, le mira a los ojos con el fuego de un amor indescriptible que traspasa, provocando a los demonios de Juan, que intimidados casi le arremeten con violencia. Pero el desconocido, que tenía escrito desde mucho antes en su agenda ese extraño destino en su itinerario, y que cruzó ese gran lago sólo para encontrar a Juan, sin apartar sus ojos de él le dice: “Vine a buscarte”. Una llama de fuego líquido, como un río incontenible de ternura, quiebra las defensas de Juan, y un grito encadenado en su corazón por mucho tiempo explota en su garganta.
“Eres libre ahora Juan”, dice el desconocido. “Cadenas y grilletes te pusieron, prisiones de muerte eran tu casa, más hoy mi padre me ha mandado a contratarte. Es tiempo de que atiendas para mí los asuntos de mi casa, porque no podría encontrar en toda esta tierra un mejor promotor que tú.”
Juan, el despreciado, el poca cosa, el bueno para nada, la vergüenza de Umm Qais, entre lágrimas que brotan incontroladas y entre risas de incredulidad pregunta: “Señor, ¿tú crees en serio que yo podría hacer algo bueno para ti?, ¿De verdad piensas que eso para mí es posible?”, y el desconocido sonríe con un brillo indescriptible en su mirada y dice: “No Juan, para ti no, pero yo soy especialista en imposibles, y lo que diga que hagas, eso harás”. Sin decir más, el desconocido y sus amigos abandonan el lugar.
Cuentan que Juan desde ese día trabajó sin descanso en los negocios que le encargó el desconocido, y toda aquella tierra comentó por mucho tiempo la historia de un indeseable que se convirtió en un famoso agente de negocios.
Sí. Los evangelios llaman a Juan, el endemoniado Gadareno, y el desconocido es Nuestro Señor Jesucristo, quien nunca más, en el tiempo de su ministerio en la tierra, piso la tierra de Gadara. Un día, cruzó el Mar de Galilea con sus discípulos, solamente para buscar a un prisionero del diablo, hacerlo libre y comisionarlo como evangelista para toda la Decápolis. Gadara queda en el territorio de la actual Jordania. Es curioso ver que de todos los países que rodean a Israel, absolutamente hostiles, Jordania es el único país neutral. Parece que alguien habló bien de los judíos, o, de un judío ejemplar: Jesucristo.
Cuando leo en la Biblia aquel relato, pienso: si un absoluto perdedor como Juan, que nunca le inspiró nada bueno a ningún vecino, Dios lo convirtió en el hombre más célebre entre sus paisanos, y alguien de quien se predica en miilones de púlpitos ¿qué no haría con alguien como tú? ¿Alguna vez te has sentido como Juan, despreciado, subestimado y apartado? Tengo buenas noticias: Jesús tiene un plan que ni te imaginas, y ya firmó un contrato con tu nombre. ¿Dudarías en firmarlo tú?

CLASES DE DERECHO EN GALILEA


En un momento de sensible vulnerabilidad, Jesús de Nazaret sintió físicamente hambre. Su más acérrimo adversario, un exángel de luz llamado Lucifer, queriendo aprovechar las circunstancias, le habla, más o menos así:
- Jurídicamente, si tienes cómo probar que en realidad eres el Hijo de Dios, el creador del cielo y de la tierra, tienes derecho a pedir que las piedras se conviertan en pan, para que sacies el hambre que te aqueja. No tiene sentido estar pasando necesidad, siendo el principal heredero de tu Padre. ¿No es así?
Jesús entonces responde:
- Aunque en derecho has hablado, la Ley del Cielo prescribió el alcance del concepto pan, y en una norma de textura abierta hizo extensiva esa calidad a toda palabra que sale de la boca de Dios, lo que implica que no es privativo del alimento físico la facultad de alimentar y, en consecuencia, bajo los mismos presupuestos fácticos, tengo más de una vía legalmente válida para acceder a mis derechos como Hijo, y yo decido, en expresión libre de mi voluntad, sin vicios de consentimiento, tomar la palabra de mi Padre.
Satanás, un poco confundido, reacciona:
- Mmmm, bueno, ven conmigo a la cima del templo.
Llegados allí, el diablo vuelve a postular:
- Bien, si eres Hijo de Dios arrójate al suelo, ya que está determinado que en los casos de urgencia o necesidad manifiesta de socorro, el Cielo comisionará ángeles para que te auxilien e impidan los tropiezos que tu pie pudiera encontrar.
- Es cierto – responde Jesús-. Los supuestos de la norma están correctamente formulados, y estarían cumplidos en el evento de saltar hacia el vacío. No obstante, el hecho mismo de inducir mi comportamiento, como lo hace un determinador, con el fin de provocar el estado de necesidad, esta específicamente tipificado como conducta prohibida.
Ya casi fuera de sí, Satanás arremete con el más violento de sus intentos, y quemando su último cartucho se lleva a Jesús a la cima de un monte. Seguidamente, haciendo gala del más delictuoso comportamiento, el diablo le propone a Jesús:
- Si postrado me adoras, te daré todos los reinos de la tierra.
Jesús, entonces, entre indignado y molesto, lo acusa:
- ¿Acaso piensas que aceptaré tus dádivas, e incurriré contigo en un cohecho impropio, sometiéndome al arbitrio de tus propósitos, y que consentiré voluntariamente una actitud de sedición contra la autoridad que rige mi conducta? No, no lo haré, porque legalmente sólo le debo obediencia y reconocimiento a mi Padre. Es hora de que te vayas.
Malhumorado, Satanás se aleja de Jesús. Enfurecido pregunta a uno de sus asesores:
- ¿Quién fue el idiota que me vino con el cuento que Jesús era de profesión carpintero?, Necesito un abogado más brillante que Él.
- Amo, -le contestan- el Nazareno fue educado en Leyes y Divinidades en la Escuela del Espíritu.
- Pues yo estudié en la Academia de Música de la misma Escuela - replicó endiablado.
- Si amo –respondió asustado su servidor- pero Él fue graduado con honores, y su Nombre fue puesto sobre todo Nombre, en cambió usted, .............usted salió expulsado.

ESO NO ESTÁ EN LA BIBLIA - CUARTA PARTE

La mayoría de la gente piensa, que “todos somos hijos de Nuestro Padre Celestial”. Me complace muchísimo decirles que eso no es cierto. Y digo que me complace porque solemos vivir atados a ideas o conceptos errados, caminamos creyendo esas cosas y nunca sentimos la necesidad de hacer algo para cambiar nuestra equivocada condición, porque de buena fe consideramos que estamos bien, que nada podría, “separarnos del amor de Dios”, pero la Biblia dice: "Conocereis la verdad, y la verdad os hará libres". Y es que Dios tiene tantas y tantas bendiciones para sus hijos, tiene tan maravillosos planes con nosotros, y es su pensamiento de bien para con sus hijos tan alto, tan alto, que nuestra mente jamás habría podido ni siquiera acercarse a lo que Él tiene pensado para nuestro futuro. El punto es que esas promesas, esas bendiciones están ahí, esperando para que vayamos por ellas, pero sólo los hijos pueden acceder a la casa del Padre.
Bueno, se estarán preguntando ¿y quién es hijo y quién no? Eso era lo que quería compartirles hoy. Y, no lo digo yo, obviamente, porque entonces estarían en capacidad de creerme a mí simplemente, y eso no daría mayor resultado, creo. Pero, repito, no lo digo yo, lo dice la Biblia: “Más a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Así de sencillo. Ahora, allí se refiere a recibir a Jesús. Pero, ¿qué significa recibir? Con mi esposa vivimos en un apartamento no muy grande, pero que se ajusta a nuestra necesidad actual. Nos visitan con frecuencia, porque nos gusta ser visitados, pero suelen ser el mismo círculo de personas: muy, muy pocos amigos, y nuestros familiares. Claro, desearía, de todo corazón lo digo, compartir con la gente que conozco o me conoce, mis contactos de Facebook o de cualquier red social, pero las circunstancias a veces no lo permiten. Ese cerrado círculo de personas que visitan nuestro hogar, tiene con nosotros afinidades, congruencias, cercanías, sinergias, familiaridades. Es decir, no solemos recibir en nuestra casa, a alguien a quien nada, o muy pocas cosas nos unen. Uno invita a su casa a las personas que verdaderamente aprecia, en las cuales está seguro de poder depositar su confianza y su cariño, y a quienes les une lazos de verdadera y sincera amistad o compañerismo.
Recibir a Jesús, entonces, implica que le damos entrada a nuestra intimidad. Significa que renunciamos a la postura egoísta y mezquina con la que solemos manejar nuestra vida personal, y permitimos que Él se involucre directa y profundamente en nuestras decisiones, en nuestras actitudes, en nuestra forma de pensar, de sentir, y en la cotidianidad y manera con que nos involucramos con el resto del planeta. Recibir a Jesús es renunciar a ser los amos de nosotros mismos, entregarle a Él el trono de nuestro corazón, e invitar a su Espíritu Santo a que sea nuestro pastor y nuestro Padre.
Creer en el nombre de Jesús es entender que no hay ningún otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, y en el cual podamos ser salvos. Es saber que no existe ningún otro mediador entre Dios y los hombres, sino Jesucristo hombre. Es conocer que ante la autoridad de ese nombre se ha de doblar toda rodilla y que dicho nombre ha sido puesto sobre todo otro nombre. Jesús es el Hijo Unigénito de Dios, el primogénito de toda creación, ha sido puesto por encima de huestes, entidades, potestades y gobernadores en el cielo y en la tierra. En Él, Dios quiso que fuera depositada toda la plenitud de la deidad. Él estaba en el principio con el Padre, todas las cosas por Él fueron hechas y para Él. Sin Él nada de lo que existe fue hecho. Es el camino, la verdad y la vida. Es la luz de los hombres, nuestro único y suficiente salvador, y en Él tenemos esperanza de vida eterna y herencia del Padre. Nadie hay por encima de Él. Jesucristo es TODO.
Bien, la porción de la Palabra de Dios que describe quiénes son hijos de Dios, está escrita en el evangelio de Juan, en el Capítulo 1. De hecho, me parece una buena idea, que mientras están leyendo esto, busquen una Biblia. Algunos posiblemente la encuentren un poquito empolvada y vieja, tal vez era la Biblia de la abuela, y, si no lo han estado haciendo, desde hoy comiencen, desde el evangelio de Juan, a leer si lo que yo digo es o no es cierto. No para tener argumentos, sino para recibir revelación. Estoy absolutamente seguro, que Dios los ha estado esperando en el silencio de su lugar secreto, y que les contará cosas que no sabían acerca de ustedes mismos, que les mostrará el sentido personalísimo de su amor por cada uno de ustedes, y que eso, estoy por completo convencido, les cambiará la vida para siempre.
No lo olviden: Es hijo el que recibe a Cristo en su corazón, con absoluta sinceridad y rendición, y cree en su Santo Nombre.

ESO NO ESTÁ EN LA BIBLIA - TERCERA PARTE

También escucho que la gente piensa cosas absurdas y, en algunos casos, malintencionadas, acerca del diezmo. Algunos pseudo-ortodoxos, por ejemplo, dicen que el diezmo es un precepto que se instauró, en su momento, sólo para los judíos o, en todo caso, que su obligación era sólo para el tiempo del antiguo testamento. Frente a lo primero, hay que decir que Abraham y Jacob diezmaron siglos antes de que el diezmo fuera instaurado en la Ley Mosaica, y aún Abel ofrendaba a Dios antes que las ofrendas estuvieran consagradas como obligación para el pueblo de Israel, lo que deslegitima el argumento de que el diezmo es sólo para judíos. Con relación a lo segundo, en tiempos de Jesús, Él mismo exhortó a los que diezmaban y ofrendaban todo lo que conseguían, pero olvidaban ayudar a los más necesitados, haciéndoles ver que era necesario que hicieran lo uno, sin dejar de hacer lo otro, con lo cual se invalida, además, otro argumento común que dice que en lugar de diezmar, es mejor darle el dinero o ayuda a los pobres. Y, para los que piensan que el diezmo no es una verdad presente, en el libro de Hebreos, es decir después que Jesús murió, resucitó y ascendió a la diestra del Padre, tres veces se menciona el diezmo como un precepto vigente. Por último, para los seguidores de los Falsos Profetas de la postmodernidad, que afirman con descaro y pretendida sapiencia, que el diezmo es un engaño, los remito, entre otros, a las palabras del profeta Malaquías, último libro del antiguo testamento, en donde claramente se desvela la verdadera razón de ser del diezmo, y a renglón seguido explico lo que Dios me enseñó al respecto.
Cuando Dios creo el universo, todo lo que existe, las maravillas de la naturaleza, los milagros que frente a nuestro ojos se pasean día a día, la diversidad de especies forestales y animales, el agua, los astros solares, los fenómenos naturales, las leyes de la física, la química, la termodinámica, etc., lo hizo antes de crear a la raza humana. La razón es muy simple: quería entregarnos un mundo maravilloso, inmejorable, sin igual, sorprendente, para que lo disfrutáramos. Todo lo hizo, para nuestro deleite. Todo lo hemos recibido de Dios: la vida, el aire para respirar, el sol, el agua, los alimentos, un planeta habitable y apto para la existencia (haciendo abstracción de los desastres que el hombre ha hecho con la Tierra), la capacidad de pensar, de sonreír, de sorprendernos, de decidir, de amar, de soñar, de sentir placer, etc.
Todo lo recibimos de Él. Todo le pertenece finalmente a Él. Todo volverá a Él. Así que, cuando Él demanda de nosotros, solamente el diez por ciento de lo que nos da, el noventa por ciento restante sigue siendo de Él. Claro, diría alguno, entonces no debería pedirnos nada, porque al final todo va a volver a Él. Y, parece tener sentido. No obstante, es la misma lógica que dice: “¿si era malo que el hombre consumiera el fruto del árbol del bien y del mal en el huerto del edén, por qué Dios lo colocó en medio del huerto?, ¿No parece un poco perverso, provocar, o “tentar” al hombre? Bueno, lo primero es aclarar que Dios no tienta a nadie, y el relato bíblico dice que quien tentó al ser humano fue la Serpiente Antigua, o diablo, o Satanás. Dios prueba los corazones, porque nos dio la libertad de elegir entre obedecerlo o no. Si Dios hubiera querido adoradores incorruptibles, habría creado seres autómatas, sin voluntad, que sólo hicieran lo que Él dijera, sin reparar, sin excusas, sin reservas, y en ese evento, creo, la historia habría sido bastante aburrida. En efecto, cuando algo o alguien hace, lo que está automáticamente programado para hacer, sin sorpresas, la cosa no tiene nada de emoción.
Pero el Dios que conozco es la persona más divertida del universo. Él se emociona y se alegra tremendamente cuando sus expectativas con el hombre se ven recompensadas, al hallar personas que están dispuestas a obedecerle cueste lo que cueste, voluntariamente. Dios, ante individuos con un corazón rendido a Él, que hacen lo que Él quiere, tiene una eternidad de bendiciones. Ese es el propósito del diezmo. Dios pide, como lo dice el profeta Malaquías, que lo probemos a Él, si no abrirá ventanas en los cielos y derramará bendiciones hasta que sobreabunden, si obedientemente ofrendamos, diezmamos, y en todo hacemos su voluntad.
Por último, aunque Dios no necesita de nosotros, porque todo le pertenece, es el dueño del oro y de la plata, todo el universo conocido lo extiende con sus manos, a través de los diezmos y ofrendas nos bendice (yo lo he podido comprobar muchísimas veces), y utiliza el fruto de nuestra obediencia para extender su reino. El que existan algunos falsos “pastores” que engañan a la gente y le sonsacan sus bienes, y aunque también hayan falsos “siervos” de Dios que utilizan la generosidad de la gente y se aprovechan de su buena fe para estafarlos, eso no nos excusa de obedecer a Dios, porque el cumplir lo que la Biblia determina, es algo entre Dios y yo, individualmente.

ESO NO ESTÁ EN LA BIBLIA - SEGUNDA PARTE

Otro ejemplo, muy común, de cosas que no están en la Biblia, es la frase: “Ayúdate que yo te ayudaré”.Me complace decirles que no es cierto. La Palabra de Dios dice otras cosas, que aunque parecieran estar en la misma dirección, en realidad le dan el enfoque correcto a la idea. Es decir, la gente piensa que hay que trabajar duro, esforzarse mucho, siendo honestos y todo lo demás, para que entonces Dios se sienta complacido de nuestro comportamiento y nos bendiga. Bueno, no es así. Lo que Dios estableció es: “Busca primeramente el reino de los cielos, y todas las demás cosas os serán añadidas”, “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas todas vuestras peticiones en toda oración y súplica en el espíritu”, “Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de todas esas cosas”, etc. Entonces, lo que el Padre quiere es que no nos afanemos por las cosas de la vida, ni pensemos que en la medida de nuestro esfuerzo es que seremos bendecidos, sino, al contrario, que descansemos en Dios y en sus promesas, lo busquemos, primeramente a Él, hagamos en todas las cosas su voluntad, y que Él sea nuestra verdadera prioridad. En consecuencia, todo lo que hagamos, el fruto de nuestro trabajo, nuestro empeño, y nuestra dedicación, serán recompensadas, no a la medida de nuestro compromiso personal con el trabajo o el oficio que desempeñamos, o las tareas o proyectos que emprendamos, sino conforme a la medida de nuestra rendición a Dios, y de nuestra búsqueda de Él. Y creo que Nuestro Padre Celestial es mucho más “buena paga”, que cualquier jefe o empleador terrenal.

ESO NO ESTÁ EN LA BIBLIA - PRIMERA PARTE

Con frecuencia escuchamos expresiones o ideas que la gente piensa que son tomadas de la Biblia, o cosas que la gente cree acerca de la Biblia, que ni están escritas allí, ni son verdad. Por ejemplo, algunos piensan que la Biblia dice: “Ni la hoja de un árbol se cae sin su voluntad”. Bueno, aunque suena bonito, y podría decirse que efectivamente Dios lo sabe todo y nada pasa sin que Él lo sepa (Jesús dice, en el evangelio de Mateo, que nuestros cabellos están todos contados), la verdad es que esa expresión no aparece en la biblia, y de hecho, si en todo se hiciera la voluntad de Dios, el mundo sería completamente distinto. Incluso, me atrevo a pensar que lo que menos se ve, muchas veces, es la voluntad de Dios en las cosas que el hombre hace. La ruina, la destrucción moral, la enfermedad, en general, son ejemplos de cosas que no son la voluntad original de Dios, sino el efecto de los actos humanos por fuera de la voluntad de Dios. Las consecuencias tan devastadoras en el clima, en la salud del planeta, en el futuro de muchas especies de plantas y animales, son el producto de la ambición desmedida y la deliberada maldad con que el hombre ha tratado el medio ambiente, en abierta oposición a la verdadera mentalidad de la Biblia y del creador. Nuestro Padre Celestial, en su ley, estableció, lo que podríamos llamar, premios y castigos, o, mejor, bendiciones y maldiciones. Las primeras para los que hacen su voluntad, y las segundas para quienes actúan en contra o por fuera de ella. Jesús sabiamente enseño a orar: “Padre, hágase tu voluntad, como es en el cielo, que así también sea en la tierra”. Entonces, si es algo que tenemos que pedirle a Dios para que suceda, es porque normalmente no sucede. Pero, si las actitudes del hombre reflejaran con más frecuencia la voluntad de Dios, buena y perfecta, el mundo sería un lugar mejor.