La mayoría de la gente
piensa, que “todos somos hijos de Nuestro Padre Celestial”. Me complace
muchísimo decirles que eso no es cierto. Y digo que me complace porque
solemos vivir atados a ideas o conceptos errados, caminamos creyendo
esas cosas y nunca sentimos la necesidad de hacer algo para cambiar
nuestra equivocada condición, porque de buena fe consideramos que estamos
bien, que nada podría, “separarnos del amor de Dios”, pero la Biblia dice: "Conocereis la verdad, y la verdad os hará libres". Y es
que Dios tiene tantas y tantas bendiciones para sus hijos, tiene tan
maravillosos planes con nosotros, y es su pensamiento de bien para con
sus hijos tan alto, tan alto, que nuestra mente jamás habría podido ni
siquiera acercarse a lo que Él tiene pensado para nuestro futuro. El
punto es que esas promesas, esas bendiciones están ahí, esperando para
que vayamos por ellas, pero sólo los hijos pueden acceder a la casa del
Padre.
Bueno, se estarán preguntando ¿y quién es hijo y quién no? Eso
era lo que quería compartirles hoy. Y, no lo digo yo, obviamente,
porque entonces estarían en capacidad de creerme a mí simplemente, y eso
no daría mayor resultado, creo. Pero, repito, no lo digo yo, lo dice la
Biblia: “Más a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Así de sencillo. Ahora, allí
se refiere a recibir a Jesús. Pero, ¿qué significa recibir? Con mi
esposa vivimos en un apartamento no muy grande, pero que se ajusta a
nuestra necesidad actual. Nos visitan con frecuencia, porque nos gusta
ser visitados, pero suelen ser el mismo círculo de personas: muy, muy
pocos amigos, y nuestros familiares. Claro, desearía, de todo corazón lo
digo, compartir con la gente que conozco o me conoce, mis contactos de
Facebook o de cualquier red social, pero las circunstancias a veces no
lo permiten. Ese cerrado círculo de personas que visitan nuestro hogar,
tiene con nosotros afinidades, congruencias, cercanías, sinergias,
familiaridades. Es decir, no solemos recibir en nuestra casa, a alguien a
quien nada, o muy pocas cosas nos unen. Uno invita a su casa a las
personas que verdaderamente aprecia, en las cuales está seguro de poder
depositar su confianza y su cariño, y a quienes les une lazos de
verdadera y sincera amistad o compañerismo.
Recibir a Jesús,
entonces, implica que le damos entrada a nuestra intimidad. Significa
que renunciamos a la postura egoísta y mezquina con la que solemos
manejar nuestra vida personal, y permitimos que Él se involucre directa y
profundamente en nuestras decisiones, en nuestras actitudes, en nuestra
forma de pensar, de sentir, y en la cotidianidad y manera con que nos
involucramos con el resto del planeta. Recibir a Jesús es renunciar a
ser los amos de nosotros mismos, entregarle a Él el trono de nuestro
corazón, e invitar a su Espíritu Santo a que sea nuestro pastor y
nuestro Padre.
Creer en el nombre de Jesús es entender que no hay
ningún otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, y en el cual podamos ser salvos. Es
saber que no existe ningún otro mediador entre Dios y los hombres, sino
Jesucristo hombre. Es conocer que ante la autoridad de ese nombre se ha
de doblar toda rodilla y que dicho nombre ha sido puesto sobre todo otro
nombre. Jesús es el Hijo Unigénito de Dios, el primogénito de toda
creación, ha sido puesto por encima de huestes, entidades, potestades y
gobernadores en el cielo y en la tierra. En Él, Dios quiso que fuera
depositada toda la plenitud de la deidad. Él estaba en el principio con
el Padre, todas las cosas por Él fueron hechas y para Él. Sin Él nada de
lo que existe fue hecho. Es el camino, la verdad y la vida. Es la luz
de los hombres, nuestro único y suficiente salvador, y en Él tenemos
esperanza de vida eterna y herencia del Padre. Nadie hay por encima de
Él. Jesucristo es TODO.
Bien, la porción de la Palabra de Dios que describe quiénes son hijos de Dios, está escrita en el evangelio de Juan, en el Capítulo 1. De hecho, me
parece una buena idea, que mientras están leyendo esto, busquen una
Biblia. Algunos posiblemente la encuentren un poquito empolvada y vieja,
tal vez era la Biblia de la abuela, y, si no lo han estado haciendo,
desde hoy comiencen, desde el evangelio de Juan, a leer si lo que yo
digo es o no es cierto. No para tener argumentos, sino para recibir
revelación. Estoy absolutamente seguro, que Dios los ha estado esperando
en el silencio de su lugar secreto, y que les contará cosas que no
sabían acerca de ustedes mismos, que les mostrará el sentido
personalísimo de su amor por cada uno de ustedes, y que eso, estoy por
completo convencido, les cambiará la vida para siempre.
No lo olviden: Es hijo el que recibe a Cristo en su corazón, con absoluta sinceridad y rendición, y cree en su Santo Nombre.
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