Hace
un tiempo, conversando por e-mail con alguien, le daba mis puntos de vista
acerca de la ofrenda de Abel, y el por qué fue vista con mejores ojos delante
de Dios. Lo que opiné entonces, en líneas generales, es lo que expongo aquí.
Antes
quiero resaltar que el ofrendar a Dios, como lo dice Proverbios 3:9, es una
forma de honrarlo y que Dios honra a los que le honran, como dice 1 Samuel
2:30. Lo menciono ahora, porque no voy a tocar en detalle ese aspecto, pero
sería inaceptable soslayarlo por completo. Lo que sucede es que para efectos de
lo que me propongo plantear aquí, hablar de la honra a Dios a través de lo que
le damos a él con nuestros diezmos u ofrendas, y cómo nos honra él por hacerlo,
trayendo a memoria lo que le damos (Salmo 20:3), entre otras formas de honra,
desbordaría por completo el propósito de este escrito. Así que prefiero dejarlo
simplemente planteado como una especie de ropaje invisible que le doy a mis
palabras, y que el lector ya no va a ignorar porque empecé haciendo mención de
ello.
Mi
interlocutor opinaba que Caín había hecho una mala elección porque diezmó del
fruto de la tierra, es decir que ofrendó, por decirlo así, maldición, ya que
Dios había dicho que la tierra sería maldita por causa del pecado, en lugar de
traer ofrendas de animales como hacía su hermano. Sin embargo, en Mateo 23:23
Jesús acusa a los escribas y fariseos por cuanto diezmaban la menta, el eneldo
y el comino, lo cual en sus palabras "era
necesario hacer, sin dejar de lado la
justicia, la misericordia y la fe”, cosa que olvidaban aquellos.
Nótese
que el Maestro trae a memoria, avalándolo además como una obligación, el
precepto establecido en Levítico 27. Lo que quiero decir es que el ofrecer
de todo lo producido por la tierra era, por decirlo de algún modo, un
imperativo espiritual de Caín, como agricultor, para con Dios (Deuteronomio
14:22), más que una elección. Lo pongo en otras palabras: Si Caín quería
ofrecer una ofrenda agradable a Dios, con sacrificio de animales, por ejemplo,
bien podía hacerlo comprándole a su hermano o a su padre dicha ofrenda
(Deuteronomio 14:24-26), pero su obligación, como agricultor, era ofrecer
de la tierra, la simiente de la tierra y el fruto de los árboles (Levítico
27:30).
Un
pequeño paréntesis para aclarar que los preceptos acerca de las ofrendas y los
diezmos solo vieron su existencia con la ley mosaica, varios siglos después de
Caín y Abel, lo que me inclina a pensar que Abel había alcanzado una comunión
estrecha con el Espíritu de Dios tal, que éste le reveló la verdad y el secreto
maravilloso acerca del ofrendar, y la ley de la siembra y la cosecha que resume
la justicia divina, en tanto que Caín no tenía ese nivel de discernimiento. No
olvidemos que Abel fue llamado justo (Hebreos 11: 4).
Ahora
bien, cuando leemos en Hebreos 11:4, nos damos cuenta que hay una diferencia
evidente en el sacrificio de Abel y el de su hermano Caín. Destaco: "Por
la fe Abel ofreció más excelente sacrificio" (ofrenda). Ahora preguntó:
¿En qué consistió la fe de Abel?
Primera
hipótesis. Abel tuvo fe que a Dios le agradaría más su ofrenda que la de su
hermano. No parece que fuera eso, si asumimos que en todo caso Abel no estaba
necesariamente sumergido en la mente de Dios, y tampoco sabía lo que había en
el corazón de su hermano, ni nos consta en la Biblia que tuviera un referente
de cuál podría ser una ofrenda mejor vista por Dios.
Segunda
hipótesis. Abel tuvo fe que a Dios le gustaría más la ofrenda de animales que
la ofrenda de la tierra. Definitivamente no: era
tan imperativo ofrecer de los frutos de la tierra para Caín, como de
los primogénitos de las crías para Abel.
Tercera
hipótesis. Abel tuvo fe que su ofrenda, siendo para cualquiera de los dos un
sacrificio (desprendimiento, si lo vemos de esa forma), Dios podría bendecirle
con abundancia si él ofrendaba con generosidad. Sí, definitivamente.
La
diferencia entre una ofrenda y otra, está indefectiblemente delimitada por la
fe de Abel que le motivó a presentar una ofrenda generosa y desprendida, y la
falta de fe de Caín que le hizo ofrendar con mezquindad. Abel creyó que
Dios recompensaría su esfuerzo, y a Dios le agradó la fe con que Abel se
esforzó (sin fe es imposible agradar a Dios, dice Hebreos 11:6). Si recordamos,
fue el Rey David quien dijo: "no ofreceré holocausto a Jehová que no me
cueste" (2 Samuel 24:24).
Hay muchos
ejemplos en la Biblia sobre lo que digo, pero sólo mencionaré algunos.
Jacob
decidió diezmar, antes que la ley acerca del diezmo existiera (Génesis
28:20-22), y Jehová honró su fe y lo recompensó grandemente.
Abraham dio
su ofrenda al Ángel de Jehová (los teólogos llaman al Ángel de Jehová una
Cristofanía, es decir, Cristo Preencarnado), creyendo que para recibir su
ofrenda era que éste había venido (Génesis 18:5), y el Ángel le
anunció el nacimiento de su hijo Isaac, el hijo de la promesa, a quien luego
Abraham ofreció por fe (creyendo que Dios le podía levantar de los
muertos) y nuevamente el Ángel de Jehová, honrando su fe, lo bendijo
(Génesis 22:15-16).
Por
fe, la viuda pobre ofreció todo lo que tenía, que no era sino "dos
blancas" (Lucas 21:1-4), abandonándose completamente al socorro de
Dios, que dicho sea de paso, estaba frente a ella, viéndola, y yo solo
puedo imaginarme que después de aquello la viuda pobre dejó de ser viuda y dejó
de ser pobre, porque se encontró con Dios mientras ella le ofrendaba.
Por
último, la viuda de Sarepta, que no era judía, no era del pueblo de
Israel, como bien lo pone de presente Jesús (Lucas 4:25-26), pero que
le creyó a Dios, por la palabra del profeta Elías, ofreció el puñado de harina
y el poquito de aceite que eran toda su provisión y sustento, y nunca más
escaseó la provisión en su casa (1 Reyes 17:12-16).
Como
vemos, la razón por la cual agrado a Dios más la ofrenda de Abel que la de
Caín, fue la fe que activó la generosidad y el desprendimiento en el corazón de
Abel.
Por
último, aclarando el concepto de la tierra maldita por el pecado, quiero poner
de presente que la maldición consistió en que daría fruto con esfuerzo; tendría
que labrarla con sacrificio y al lado del fruto estarían los cardos y las
espinas (Génesis 3:17-19). Nunca dijo Dios que el fruto de la tierra sería
maldito, o que estuviera bajo maldición, sino que la tierra sería maldita, y ya
dijimos en qué sentido, porque antes del pecado ya el fruto estaba destinado
para alimento, de lo contrario seríamos malditos todos los días comiendo frutos
malditos.
Lo
aclaro mejor. Antes del pecado, el hombre no labraba la tierra con esfuerzo
(Génesis 2:5-6, 15). La maldición de la tierra, hizo que tuviese que ser labrada
con dolor y esfuerzo. La mujer también fue maldita, en el sentido que debía dar
a luz sus hijos con dolor, no en el sentido que sus hijos fueran malditos,
pienso yo. Es decir, antes del pecado Dios había previsto que los hijos
nacieran sin dolor, o con un dolor menor, pero después del pecado Dios
“multiplicó en gran manera los dolores del parto”.
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