viernes, 6 de julio de 2012

JUAN ERES TÚ?



En un lugar hoy conocido como Umm Qais, asentado a orillas de un gran lago, vivió un hombre, que para efectos de este relato voy a llamar Juan. Era ese tipo de persona a la que todos señalan desde lejos, hablan a su espalda y nadie quiere como amigo. Un individuo atormentado, preso de oscuras fuerzas dentro suyo que lo hacían indeseable, odiado y temido. Su apariencia era tenebrosa, impúdica, desagradable e incómoda. Alguien sin futuro, a quien la gente de su tiempo despreciaba, y por quien ni su familia daba un peso.
Un buen día, desde la otra orilla del lago, en una pequeña embarcación, un grupito de personas apareció. El más importante entre ellos era un hombre que recorría pueblos y ciudades ocupado en los negocios de su padre y ayudando a muchos que le buscaban. Mientras aún estaban descendiendo, Juan vino corriendo a inspeccionar. Había observado desde el cementerio del lugar, entre tumbas, lápidas y huesos, que eran su entorno habitual, el barquito que se acercaba.
Con una hostilidad no disimulada, Juan increpa al desconocido hombre de negocios: “¿Qué quieres Hijo de Tu Padre?, no es tiempo de que vengas a molestar”. Y el forastero, entonces, le mira a los ojos con el fuego de un amor indescriptible que traspasa, provocando a los demonios de Juan, que intimidados casi le arremeten con violencia. Pero el desconocido, que tenía escrito desde mucho antes en su agenda ese extraño destino en su itinerario, y que cruzó ese gran lago sólo para encontrar a Juan, sin apartar sus ojos de él le dice: “Vine a buscarte”. Una llama de fuego líquido, como un río incontenible de ternura, quiebra las defensas de Juan, y un grito encadenado en su corazón por mucho tiempo explota en su garganta.
“Eres libre ahora Juan”, dice el desconocido. “Cadenas y grilletes te pusieron, prisiones de muerte eran tu casa, más hoy mi padre me ha mandado a contratarte. Es tiempo de que atiendas para mí los asuntos de mi casa, porque no podría encontrar en toda esta tierra un mejor promotor que tú.”
Juan, el despreciado, el poca cosa, el bueno para nada, la vergüenza de Umm Qais, entre lágrimas que brotan incontroladas y entre risas de incredulidad pregunta: “Señor, ¿tú crees en serio que yo podría hacer algo bueno para ti?, ¿De verdad piensas que eso para mí es posible?”, y el desconocido sonríe con un brillo indescriptible en su mirada y dice: “No Juan, para ti no, pero yo soy especialista en imposibles, y lo que diga que hagas, eso harás”. Sin decir más, el desconocido y sus amigos abandonan el lugar.
Cuentan que Juan desde ese día trabajó sin descanso en los negocios que le encargó el desconocido, y toda aquella tierra comentó por mucho tiempo la historia de un indeseable que se convirtió en un famoso agente de negocios.
Sí. Los evangelios llaman a Juan, el endemoniado Gadareno, y el desconocido es Nuestro Señor Jesucristo, quien nunca más, en el tiempo de su ministerio en la tierra, piso la tierra de Gadara. Un día, cruzó el Mar de Galilea con sus discípulos, solamente para buscar a un prisionero del diablo, hacerlo libre y comisionarlo como evangelista para toda la Decápolis. Gadara queda en el territorio de la actual Jordania. Es curioso ver que de todos los países que rodean a Israel, absolutamente hostiles, Jordania es el único país neutral. Parece que alguien habló bien de los judíos, o, de un judío ejemplar: Jesucristo.
Cuando leo en la Biblia aquel relato, pienso: si un absoluto perdedor como Juan, que nunca le inspiró nada bueno a ningún vecino, Dios lo convirtió en el hombre más célebre entre sus paisanos, y alguien de quien se predica en miilones de púlpitos ¿qué no haría con alguien como tú? ¿Alguna vez te has sentido como Juan, despreciado, subestimado y apartado? Tengo buenas noticias: Jesús tiene un plan que ni te imaginas, y ya firmó un contrato con tu nombre. ¿Dudarías en firmarlo tú?

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